¿Que nos está pasando? ¿Que tipo de vida llevamos?, ¿Os lo habéis preguntado alguna vez?. Un servidor sí; tampoco todos los días. No soy un obseso, ni especialmente filosofo. Pero si que me lo pregunto de vez en cuando, como ahora, para que no se me olvide algo que no carece de importancia: mi propia existencia.
Recientemente unos sabios, americanos (de los que hablan ingles) claro está, han descubierto que vivimos tan deprisa y vamos a tanta velocidad que, sin darnos cuenta, hemos atravesado la felicidad y la hemos perdido de vista. La hemos dejado allá atrás. Vamos como por el carril rápido de las autopistas, como cantan los Eagles en su

Además, la ciencia ha avanzado tanto que, por fin, no queda nada que no haya tocado y no haya hecho evolucionar nuestras vidas desnaturalizandolas por el camino. Cabria preguntarse si para mejor, pero eso nos llevaría a otro debate. Dejemoslo ahí. Y por si fuera poco, de tantas veces como hemos hablado de las Grandes y Bonitas Palabras como el amor, la libertad, la solidaridad, la paz, la ética, la amistad, la poesía, la justicia o de asuntos de este calado, las hemos tornado vacías, carentes de significado real y nos hemos quedado sin (casi) nada verdaderamente importante de lo que hablar.

Tratamos de encontrar la felicidad fuera de nosotros y en entes materiales. Nos empeñamos en creer que lo mejor o mas caro nos conducirá directamente hacia lo mas placentero y hacia lo mas cómodo. Y en esto, probablemente tendrá mucha culpa la sociedad del 1er Mundo que hemos creado, la globalización y los anuncios

Y es que hemos perdido el interés por dejarnos aconsejar insensatamente. Nos hemos convertido en esclavos del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos y las mismas vivencias; nada predispuestos a arriesgarnos a vestir de un color nuevo y no interrelacionando con quien no conocemos. Preferimos evitar una pasión nueva; preferimos el negro sobre blanco y la comodidad que

Debemos saber construirnos un (sano) amor propio; dejar de quejarnos de nuestra congénita mala suerte y de que la lluvia no cesa. Debemos intentarlo una y otra vez, sin prisa pero sin pausa. Quien no pregunta acerca de un asunto que desconoce pero que le interesa, no estará en condiciones de el valor de responder cuando le indaguen sobre algo que sabe y puede explicar. Estar autenticamente vivo exige un esfuerzo siempre mucho mayor que el simple hecho de respirar, y solamente una pertinaz paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.
Estamos inmersos en una borrachera de noticias, murmuraciones, debates, ajetreos políticos que han convertido nuestras vidas en algo artificial, etéreo y no real. La televisión filtra la realidad y nos muestra hambrientos lejanos, muertos químicos como de plástico, políticos

El bucle estratégico-económico de la globalización se ha cerrado, y todo gira en torno a un consumo enlatado que debe justificar su producción previa y todo ello para satisfacer demandas que han sido creadas a su vez artificialmente “como si” ello fuera necesario. Actuamos “cómo si” estuvieramos encantados con los demás pero en realidad competimos con ellos, “como si” fuéramos naturales pero tenemos que tomar medicación para muchos asuntos, “como si” no todo fuera idílico pero en el fondo la frustración y la duda nos golpean desde dentro, "como si" fuéramos a morir mañana (cosa que es posible) pero que no debe darnos prisa, “como si” supiéramos lo que queremos y adonde vamos pero no sabemos exactamente muy bien ni lo uno ni lo otro.
Quizás deberíamos ir más despacio, leer los libros dos veces, vivir mas pausadamente, intentar escuchar más a los que nos rodean, discriminar lo real de lo imaginario, mirarnos más hacia dentro que hacia fuera, y comprender el mundo en el que estamos desde el conocimiento de nuestra propia existencia y no por medio simplemente de la tele, los periódicos o la vecina del quinto.
Si seguimos viviendo “como si” la vida no fuera verdaderamente importante para tomarla en serio, solo sobreviviremos; pasaremos por este mundo sin pena ni gloria, y nos perderemos lo importante de vivir: disfrutar mientras tanto. Aunque siempre nos quedará la excusa de Don Juan Tenorio: “Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra responda el cielo, no yo”.
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