Prefiero pensar, casi me atrevo a decir que me gustaría pensar, que la Navidad nos mostrase al mundo tal y como somos. Que, en todo caso, los buenos deseos, los propósitos de enmienda, el altruismo, el perdón, el "buenrollismo", la solidaridad y todos esos sentimientos bondadosos que se dan en estas fechas no fueran fruto de la hipocresía que hemos acordado adoptar, sino de nuestras verdaderas actitudes en la vida.



Nos han metido en la cabeza que el mejor recurso o recurso supremo para conquistar el espacio de mundo que tengemos opciones de conquistar es la inteligencia (algunos, incluso, creen que el dinero o dar codazos). Ser más listo que los demás. Y no siempre para entender al prójimo y construir un mundo mejor, sino para, en el mejor de los casos, que no se nos pisotee y, en el peor, para pisotear tú primero. Te dicen: «Tú primero, siempre. Siempre tú. Tú primero sé listo, que buena persona ya aprenderás a ser, y si acabas no siéndolo, tampoco va a pasar nada, porque serás como tus semejantes».


Sin duda, creo que una de las frases que más daño ha hecho a la concordia social es la de «es tan bueno que de tan bueno, es tonto». Pues no, ¿quién ha podido demostrar eso?. Nadie que es bueno es tonto, o mejor dicho, sí que una buena persona puede ser tonta (sólo faltaría que le negáramos ese derecho), pero una cualidad no es consecuencia de la otra. Claro que no. Asumamos que si somos tontos es porque no somos espabilados o porque no nos esforzamos por aprender, sin más, no busquemos justificación en frases axiomáticas y, sobre todo, no pongamos freno al ansia de bondad que puedan tener otros, sin duda los mejores. Seguro que construiríamos un mundo más habitable. ¡¡Qué manía por desacreditar al bueno y qué flaco favor a la predisposición, al altruismo, a la magnanimidad!!.


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