
Había una vez un hombre que estaba plantando un árbol en el jardín de su chalet, cuando acertó a pasar por allí un conocido que, al verlo enfrascado en tal tarea, le dijo con sarcasmo:
-Ya tienes un hijo, cuando termines de plantar el árbol sólo te faltará escribir un libro para cumplir como un hombre…
Y Antonio, que es como se llamaba nuestro hombre, se quedó pensando en ese dicho que asegura que un hombre, lo mínimo que debe hacer en esta vida es tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Desde aquel momento, Antonio quedó obsesionado con esa idea y empezó a plantearse el dilema; tenia que escribir un libro, pero … ¿de qué versaría?.

Al principio creyó que la cosa era fácil. Podría escribir un libro de versos ya que de joven le gustaba la poesía y hasta llegó a componer un poema de amor para una chica que lo tenía trastocado. Creía que se le daría bien. Así que Antonio agarró una libreta, un bolígrafo y se dijo a sí mismo: »Vamos a ver, vamos a ver…». Durante más de una hora estuvo garabateando… «La amapola roja como tu boca…» «…Que lánguidos son los ocasos sin oír tus pasos…» En fin, un desastre. Al cabo de varias horas desistió de hacer poesía y optó por otro tipo de literatura. Tras no poco de reflexionar creyó que lo mejor, y más sencillo, sería escribir una novela de amor y aventuras. Así que, desde ese instante, se dedicó a buscar un rayo de inspiración que le indicase el tema.
Pero los días pasaban y Antonio no sabía por donde empezar. Lo que al principio se le antojó fácil, eso de escribir un libro, ahora comprobaba, estupefacto y sorprendido, que no era tan sencillo. Él, que era un hombre de acción, experto en los negocios y de grandes soluciones para todo cuanto emprendía, en cuestión literaria, no tenía la mínima idea. Y, lo peor es que no se podía echar atrás; había proclamado a los cuatro vientos que iba a escribir un libro y desde entonces su esposa y amigos le preguntaban:
-Qué, ¿cómo va el libro?
A lo que Antonio, fingiendo, respondía:
-¡Muy Bien! ¡Va adelante!
Y lo que empezó como una obligación intrascendente iba a convertirse en una obstinación de la que no podía escapar. Antonio se pasaba días y días pensando algún motivo que le inspirase una historia y, por más esfuerzos que hacia, la inspiración se negaba a acudir a su mente. Tanto es así que empezó a sentirse desasosegado, inquieto. Incluso, no podía ni dormir. Ello le condujo a tener que tomar sedantes para poder conciliar el sueño. Incluso sus negocios, negocios de joyería tuvo casi que abandonarlos en manos de sus empleados. Afortunadamente estos eran buena gente y todo marchó perfectamente.
Cuando Antonio estaba desesperado pasó otra vez el conocido que le inspiró la idea de escribir un libro y le preguntó:
-¿Cómo va la novela?
-¡Fatal! Fue la lacónica respuesta de nuestro hombre.
Después, tras un breve respiro, agregó:
-La verdad es que intento escribir algo, pero no es tan fácil… No se me ocurre nada.
-Hombre, eso no es tan difícil -contestó el otro-. Lo que tienes que hacer es escribir algo de ti; algo que conozcas a fondo … Ese es el gran secreto de los escritores.
Antonio se quedó meditando sobre estas palabras y al fin exclamó:
-¡Claro! ¡Es lógico! Ya sé; escribiré una historia que se llame: “Un hijo, un árbol, un libro”
Y la historia empezaba así:
Había una vez un hombre que estaba plantando un árbol en el jardín de su chalet, cuando acertó a pasar por allí un conocido que, al verlo enfrascado en tal tarea, le dijo con sarcasmo:
-Ya tienes un hijo, cuando termines de plantar el árbol sólo te faltará escribir un libro para cumplir como un hombre…
Y Antonio, que es como se llamaba nuestro hombre, se quedó pensando en ese dicho que asegura que un hombre, lo mínimo que debe hacer en esta vida es tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Desde aquel momento, Antonio quedó obsesionado con esa idea y empezó a plantearse el dilema; tenia que escribir un libro, pero … ¿de qué versaría?.
Al principio creyó que la cosa era fácil. Podría escribir un libro de versos ya que de joven le gustaba la poesía y hasta llegó a componer un poema de amor para una chica que lo tenía trastocado. Creía que se le daría bien. Así que Antonio agarró una libreta, un bolígrafo y se dijo a sí mismo: »Vamos a ver, vamos a ver…». Durante más de una hora estuvo garabateando… «La amapola roja como tu boca…» «…Que lánguidos son los ocasos sin oír tus pasos…» En fin, un desastre. Al cabo de varias horas desistió de hacer poesía y optó por otro tipo de literatura. Tras no poco de reflexionar creyó que lo mejor, y más sencillo, sería escribir una novela de amor y aventuras. Así que, desde ese instante, se dedicó a buscar un rayo de inspiración que le indicase el tema.
Pero los días pasaban y Antonio no sabía por donde empezar. Lo que al principio se le antojó fácil, eso de escribir un libro, ahora comprobaba, estupefacto y sorprendido, que no era tan sencillo. Él, que era un hombre de acción, experto en los negocios y de grandes soluciones para todo cuanto emprendía, en cuestión literaria, no tenía la mínima idea. Y, lo peor es que no se podía echar atrás; había proclamado a los cuatro vientos que iba a escribir un libro y desde entonces su esposa y amigos le preguntaban:
-Qué, ¿cómo va el libro?
A lo que Antonio, fingiendo, respondía:
-¡Muy Bien! ¡Va adelante!
Y lo que empezó como una obligación intrascendente iba a convertirse en una obstinación de la que no podía escapar. Antonio se pasaba días y días pensando algún motivo que le inspirase una historia y, por más esfuerzos que hacia, la inspiración se negaba a acudir a su mente. Tanto es así que empezó a sentirse desasosegado, inquieto. Incluso, no podía ni dormir. Ello le condujo a tener que tomar sedantes para poder conciliar el sueño. Incluso sus negocios, negocios de joyería tuvo casi que abandonarlos en manos de sus empleados. Afortunadamente estos eran buena gente y todo marchó perfectamente.
Cuando Antonio estaba desesperado pasó otra vez el conocido que le inspiró la idea de escribir un libro y le preguntó:
-¿Cómo va la novela?
-¡Fatal! Fue la lacónica respuesta de nuestro hombre.
Después, tras un breve respiro, agregó:
-La verdad es que intento escribir algo, pero no es tan fácil… No se me ocurre nada.
-Hombre, eso no es tan difícil -contestó el otro-. Lo que tienes que hacer es escribir algo de ti; algo que conozcas a fondo … Ese es el gran secreto de los escritores.
Antonio se quedó meditando sobre estas palabras y al fin exclamó:
-¡Claro! ¡Es lógico! Ya sé; escribiré una historia que se llame: “Un hijo, un árbol, un libro”
Y la historia empezaba así:
Había una vez un hombre que estaba plantando un árbol en el jardín de su chalet cuando acertó a pasar por allí un conocido que, al verlo enfrascado en tal tarea le dijo con sarcasmo:
-Ya tienes un hijo; cuando termines de plantar el árbol sólo te faltará escribir un libro para cumplir como un hombre …......
Bien, el resto ya lo sabemos. El caso es que Antonio llenó 400 páginas con la historia repitiéndose continuamente hasta que al final escribió:
-Esta historia no tiene final, es como el cuento de «nunca acabar». Quizás algún día intente escribir un segundo libro, pero el caso es que no sé si continuaré con este tema.
El libro, como es natural, no se publicó. Pero Antonio lo tiene encuadernado en su biblioteca y se siente orgulloso porque… ¡Ha cumplido! Ya tuvo un hijo, plantó un árbol y ESCRIBIÓ UN LIBRO, que era lo que le faltaba para ser completo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario