El habito del descontento nos lleva a sumergirnos en la inútil queja y, más frecuentemente y seguramente mucho peor, a instalarnos en la absurda inmovilidad. El tiempo pasa y nos sorprende la hora sin haber hecho lo que nos corresponde como generación, que no es otra cosa que la de progresar convenientemente como seres humanos. Siiii, humanos, porque somos seres pero también y sobre todo, no lo olvidemos, somos humanos. Es decir, contamos con algo que no tienen el resto de los seres vivos y, entre otras cosas, nos hace superiores: la conciencia, lo que hace que nuestros actos se realicen independientemente de nuestro instinto o, incluso, a pesar de él. Para algo nos debería valer, ya que la tenemos. Pero aun más. Mientras que el simple animal, el que no es humano,
acepta pasivamente lo que le rodea, el hombre puede renunciar a lo que le ofrece la vida y decir no a la realidad. Es el asceta de los seres vivos, libre frente al medio ambiente, y abierto a hacer todo aquello que considere necesario para cambiar lo le brinda el universo, mejorándolo. Por la conciencia y la

Sin embargo, y que se sepa, la vaca no es humana mientras que nosotros sí. Las discusiones en torno a lo que hacer y cómo hacerlo, aquí y ahora, se tornan dilatadas. Y claro, así estamos, con todo por hacer y casi nada por acabar. Digamos que los arboles, demasiadas de las veces, nos impiden ver el bosque. Pasamos demasiado tiempo a la pata coja y, como es de suponer, ademas de cansado es poco eficiente, porque no se avanza. El descontento, quizá teñido de desilusión, de insatisfacción o de desesperanza, lo que se ha llamado toda la vida "estar hasta los cojones" ¡¡vaya!!, en tiempos anteriores no tan remotos, venía provocando la insurrección, la insumisión al

¿Qué ha pasado? ¿Tengo yo sólo esa impresión, o somos ya varios los "iluminados" que vemos lo que pasa y queremos cambiarlo? Y sobre todo,..... ¿somos suficientes, o tendremos que seguir pegando puñetazos encima de la mesa para que otros terminen de entender que no hemos arribado ni por asomo a la casilla de llegada, y que apenas acabamos de salir de la de salida en esto que nos empeñamos tozudamente en denominar como democracia?


Advierto que hace tiempo que me he instalado en el descontento. Bueno no, peoooor. Hace tiempo que tengo la impresión de circular por una montaña rusa, a la que nadie parece haberme invitado, que me eleva y me arroja hacia el suelo a velocidades de vértigo. Pasando del disgusto al desánimo, del desánimo al enojo, del enojo a la frustración, de la frustración al desengaño .... Pasando por la insatisfacción, el desagrado, la indignación, la queja, el fatalismo, la irritación, la decepción, el berrinche, la desesperación, el pesimismo .... Todos estos parecen términos
análogos, pero no lo son. Y ahí está el mareo de esta sugerente atracción que se han inventado

Sííííí. Hace semanas que no me apasiona para nada hablar, con quienes me dejan y apetece, exactamente de política. Exacta y precisamente de política, noooo. O mejor dicho, hace tiempo que no echo la tarde escuchando declaraciones de partido, viendo la semiótica de los candidatos, leyendo estadísticas de voto, atendiendo a dimes y diretes..... ¿Y por qué? Sencillamente, y/o nada mas y nada menos, porque no me los creo. Ni la declaración de intenciones de unos y de otros, ni las posibilidades que puedan tener, ni los idearios políticos, ni las informaciones mediáticas, ni las encuestas de voto, .......ni la madre que los parieron a todos. Leo otras cosas y hablo de otras cosas con los amigos. La verdad es que no ha sido una decisión meditada, no, sino una consecuencia. No quiero atribuirme la autoría del proceso. Sería, ademas de inexacto, injusto.
Algunos allegados y yo hemos llegado a ese nivel de hartazgo, y ya no nos entretenemos en discurrir si son churras o merinas, galgos o podencos. Nos aburre. Es mas, nos la refanfinfla. Hemos amortiguado la ilusión, nos hemos instalado en la complacencia, y nos dedicamos a hablar de cosas serias. De mujeres y de fútbol, por ejemplo, que nunca defraudan. Nos hemos imbecilizado, vaaaale, pero hemos ganado en salud mental y en tiempo libre.

como aquella otra que votamos a "Escaños en Blanco", ese curioso partido que tiene como única propuesta dejar vacíos los escaños que consiga, renunciando al mismo tiempo a cualquier tipo de sueldo o subvención (lo confieso, le voté en unas elecciones autonómicas porque no se presentaba ni Mafalda, ni Blancanieves, ni el Chiquilicuatre).
Pues sí. Aquel pasado domingo de diciembre (¡¡cómo discurre el tiempo!!) quisimos influir para no quedarnos en lo testimonial, para que nuestra humana conciencia no nos golpease de nuevo, o para ser coherente con nuestro pensamiento y con nuestro discurso callejero. Y tampoco sirvió de nada.
Yo también creo que la indecisión por puro descontento o por pura desilusión es una forma educada de debilidad. De inutilidad manifiesta, también, pero sobre todo de ineptitud, de cosa inoperante y sin razón de ser. Por eso tengo tan claro que no sé qué (puñetas) me apetece ya, porque nada me parece útil en política. Antes, a algunos nos movía (no sé si la ilusión pero al menos) un cierto sentido del deber, una cierta ira y justicia democráticas, incluso por responsabilidad. Pero ahora ya ni eso. Reconozco que en mi corta vida (seguid sin reíros, joios, que os conozco a algunos), he votado con cierta percepción de que mi voto iba a ser utilizado como yo hubiera deseado SÓLO en dos ocasiones. ¡¡EN DOS!!: en unas Generales muy antiguas, y en unas Autonómicas muy recientes. Los que sepan del pie que cojeo, seguro que ya habrán adivinado esas dos efemérides. Fuera de ahí, me he dedicado al inútil gesto del llamado "voto útil", cosa que ya, una vez que afortunadamente se ha desmoronado el tan capcioso bipardidismo, debería arrojar un poco de luz en la toma de decisiones. Bien, pues ni por esas.
Estamos tan igual que hace medio año que, si lo pensamos bien, da hasta susto. Tan escasos de respuestas que el primer impulso que nos viene a la cabeza es sentarnos a no pensar (cosa que, dicho sea de paso, se nos da de lujo a casi todos los varones a ratos), o enarbolar una metralleta. Y tampoco es eso. Ya no me seducen los correctivos, ni las pataletas, ni

Siempre se dijo que es mejor actuar y errar que no haber hecho nada. Pero ahora, visto lo visto, casi da yuyu que nuestros dirigentes se pongan a hacer algo. Porque son absolutamente incapaces de hacer algo medianamente exitoso. Por incapaces, hasta les fue imposible ponerse de acuerdo en algo en lo que ya previamente estaban de acuerdo de antemano, en rebajar los gastos electorales. ¿Puede existir mayor prueba de inoperancia partidista?. Y desde luego que fue una temeridad esperar que se pusieran de acuerdo en algo tan serio como la gobernabilidad de Españistán pero, intentando hacer válido lo de que no hay mal que por bien no venga, bienvenido eso de volvernos a preguntar por si, esta vez, andamos mas finos. Puestos a equivocarnos, yo ya casi prefiero que volvamos a errar nosotros. Pero claro, no eternamente. Que esto no es como en la serie de Juego de Tronos donde las temporadas se suceden, y si no te gustan, basta con pasar. Aquí te tragas temporada tras temporada y se trata de que sean divertidas. No un coñazo.

Los mismos que provocaron todos los asombros se han cargado antes de tiempo sus propias expectativas. Nada se sostiene si sólo se apoya en el "y tú más". Y en política es exactamente lo que tenemos. "¿Malo yo? No, malo tú que ....bla bla bla" Cansinos que son. Los candidatos han quedado para la pasarela en las teles afines, haciendo reclamo con lo que ya sabemos que van a decir, erosionándose sin remedio como preopinantes que, en vez de debatir sobre los problemas de la gente, se afanan por arrojarse sus vergüenzas poniendo en marcha el ventilador mientras se tapan la nariz. Es todo muy raro, y lo que es peor, desolador por incierto.

Porque, ser exigentes, cuestionarse todo, estudiar nuevas posibilidades, escuchar al que piensa distinto, intentar comprenderle e implicarle en no sólo criticar sino en dar alternativas, .... es la única y mejor de las maneras de avanzar. De progresar como decía en los primeros párrafos. ¿Dándonos porrazos?. Pues claro. Nadie dijo que esto que venimos llamando vida sea fácil. Nada es absoluto, y todo tiene matices.
Pero, por favor, que el descontento no nos instale en el pesimismo. Y, mucho mas importante, que el pesimismo no nos lleve a la inacción. A simplemente, y como las vacas en el campo, ver el tren pasar.

"DEJEMOS EL PESIMISMO PARA TIEMPOS MEJORES"
No lo tenemos en cuenta a veces, sin embargo, el pesimismo es un lujo que sólo se lo puede uno permitir en los buenos momentos. Cuando las cosas se ponen difíciles, el optimismo se convierte casi en un deber moral. El racional optimismo en tiempos tumultuosos es signo inequívoco de una inteligencia decidida a determinar el futuro individual y colectivo. No es un sentimiento irresponsable y temerario, sino una actitud ante la vida.
La magnitud y trascendencia de lo que, día tras día, contemplamos en el escenario político puede hacer que nos refugiemos en un «paternalismo global», un proceso que cede la responsabilidad a otros. Craso error. Tremendo error. Nadie ni nada vendrá a sacarnos las castañas del fuego. Desgraciadamente, nadie ni nada arrimará nuestras sardinas a las ascuas. Son solo tópicos y típicos refranes, en este caso, sin fundamento. Como dijo aquel, "que el dinero no da la felicidad, que el sexo estropea la amistad y que no hay mal que por bien no venga, lo dijo todo el mismo gilipollas". Y hay que tenerlo presente.

Poniéndonos en la más placida de las situaciones, es razonable encontrarnos no pocas veces airado. Disgustado, desanimado, enojado, frustrado, desengañado, insatisfecho, desagradado, indignado, quejoso, irritado, decepcionado, desesperado, apesadumbrado, hasta los coj..... o como se le quiera llamar. Pero lo interesante sería que ese estado de ánimo fuera compatible con ser mesurado en el análisis, y con tener determinación en las acciones. Es incomprensible que exigiéramos a los demás, incluso a nuestros asalariados políticos, según qué cosas, si no estamos dispuestos a asumirlas nosotros mismos.
La permanente queja, la constante insatisfacción, el lógico descontento, el terrible malestar, sin dejar de considerarse en muchos casos justificados, acaban generando una forma de ser y, sobre todo, una forma de estar que convendría que no llegara a instalarse en nuestra sociedad. ¿Y por qué?. Porque eso sería


Cabría plantearse si, aunque quizá no siempre se consiga, tacita a tacita (como en el anuncio) se puede ir sumando. Y, ya que nos ponemos, mejor que lo hagamos todos juntos dejando de lado el tan cacareado cainismo patrio, mientras prosiga la retahíla de situaciones intolerables y el catálogo de lo que es insoportable. Hacerlo de otro modo, es decir, profundamente enfrentados,

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