Dicen que la primera víctima de la mayoría de las guerras es la verdad. En determinadas guerras, como en la de Sudán del Sur, es la indiferencia. Cuando leo determinadas noticias, tan terribles como desgarradoras, me doy cuenta de las necedades y nimiedades que rodean a los que habitamos en el 1er mundo, aunque deambulemos en el furgón de cola de toda esa maquinaria globalizadora. Si para algo sirve la información independiente y veraz es, precisamente, para abrir los ojos a los que no pueden o no quieren ver más allá de sus propias narices, preocupados por el supuesto atasco tras la clase diaria de pilates, por la desagradable sensación de beber agua tras masticar un chicle de menta, por si el cable del cargador del móvil llega hasta la cabecera de la cama, etc ....
Noticias como con la que me desayuné hoy me percatan, una vez más, del carácter depredador del ser humano (sin escrúpulos) y de la latente pasividad ante aquellos que no tienen nada que aportarnos, mientras se les apropia lo poco que tienen que, muchas de las veces, sólo es la vida. Me hacen visualizar la doble moral que se utiliza al analizar a los muertos en París o en Damasco, a los refugiados en Europa o en el África subsahariana, al régimen bolivariano o al saudita, a la paja en ojo ajeno o la viga en el propio.
Claro, supongo que podría resultar bastante demagógico y chocante escribir ésto en mi blog, sentado apaciblemente frente al ordenador, recién comido, con hosting y escuchando musiquita romántica. Y claro, alguien podría pensar también que cualquier pataleta sin la reacción consiguiente no conduce a nada. O lo contrario. Que, dado que poco se puede hacer individualmente (a éstos últimos, recordarles que el voto cada cuatro años, siendo muchas veces irrelevante y nada o poco determinante, ayuda bastante), mejor dejarle la tarea a los que se nutren de nuestros impuestos. Vale ...., pero realizar de vez en cuando una reflexión, serena o no, de esto que venimos llamando vida nunca está de más. Nos avitualla de humanidad, nos hace relativizar las cosas, pone el dedo en lo verdaderamente importante y nos hace pensar que, después de todo, no estamos perdiendo el tiempo durante esta singladura.
La noticia que leí hoy fue ésta:
(En Sudán del Sur,) los señores de la guerra (de ambos lados) cierran carreteras y campos de desplazados para provocar muertes en las etnias rivales por desabastecimiento de comida
Y hace unos días leí ésta otra:
Violar mujeres, el salario de un miliciano de Sudán del Sur
Ambas, tan ciertas como espeluznantes, ponen los vellos como escarpias. Os pongo en antecedentes para luego tratar el drama humanitario.
Antecedentes históricos
Sudán del Sur es un país creado artificialmente en 2011 con la venia de la Comunidad Internacional (U.S.A. y U.E. a la cabeza) como escisión de Sudán, para proteger a la minoría cristiana de aquellos lares, población que está siendo vilmente masacrada y que se encuentra inmerso en una terrible guerra (bueno, como todas) desde 2013, cuando una facción del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán, liderada por el vicepresidente, Riek Machar, intentó efectuar un golpe de Estado contra el actual presidente del país, Salva Kiir. Esto desembocó en que, desgraciadamente, Sudán del Sur se encamine, si no se encuentra ya, a terminar siendo un nuevo Estado Fallido, como tantos otros en la region africana.
Salva Kiir y Riek Machar |
Así pues, Sudán del Sur, con apenas cinco años de vida, el estado más joven del mundo, se enfrasca en una situación de guerra, hambruna y caos. Tras superar, no sin marcadas cicatrices, una guerra de secesión que parecía eterna, una devastadora lucha por el poder entre tribus en los últimos años ha roto en pedazos los sueños de prosperidad que alentó la independencia, en un país en el que la paz sigue siendo una gran desconocida para la mayoría de las generaciones vivas.
Independencia de Sudán
Corría el año 1956. Egipto y Reino Unido conceden la independencia a Sudán, tras más de medio siglo de administración conjunta. El mandato anglo-egipcio dejaba a su suerte al que era el mayor Estado en extensión del continente, y por consiguiente, un universo heterogéneo de etnias y tribus que convivieron durante siglos, no exentas de rivalidades. Dentro del conglomerado sudanés sobresalían dos regiones, también muy variopintas: Darfur, al oeste, y Sudán del Sur, la parte más meridional del país. Fue dentro de esta región, Sudán del Sur, donde un movimiento separatista liderado por el grupo Anya Nya iba a rebelarse, en 1962, contra el poder central de Jartum –capital de Sudán- dando comienzo a la primera guerra civil sudanesa. Tras diez años de conflicto, en 1972 el gobierno sudanés concedió mayor autonomía a la región del sur en un acuerdo de paz firmado en Addis Abeba, capital de Etiopía.
En el transcurso de los once años que duró la paz, se produciría un hito que iba a cambiar el destino del pueblo sudanés: el descubrimiento de petróleo en la región de Sudán del Sur. La posibilidad de explotar el crudo supuso una nueva escalada de tensión entre el norte y el sur, que iba a desembocar en la supresión de la autonomía sursudanesa por parte del gobierno de Jartum, hecho que provocó el comienzo la segunda guerra civil (1983-2005). Los más de veinte años de guerra acabaron en enero de 2005 con el histórico Acuerdo General de Paz entre el SPLM y el gobierno de Sudán.
John Garang |
Gracias a este acuerdo, una nueva Constitución sudanesa concedía al sur seis años de autonomía, al cabo de los cuales se celebraría un referéndum para que el pueblo sursudanés decidiese independizarse o seguir formando parte de un estado unitario. Junto a ello, Sudán aceptó un reparto más equitativo de los beneficios obtenidos del petróleo y representación sursudanesa en el gobierno central, de modo que en julio del mismo año John Garang juró el cargo como primer vicepresidente de la República de Sudán. Tres semanas más tarde, fallecería en un accidente de helicóptero. Su muerte hizo tambalear el clima de paz generado a raíz del alto al fuego firmado.
Y llegó 2011. Tras medio siglo de guerras y más de un millón de muertes después, el pueblo sur sudanés votó en masa a favor de la independencia. Prácticamente el 99% de los votantes aprobó la creación de la República de Sudán del Sur, con capital en Juba.
Independencia de Sudán del Sur
Una vez despojado del yugo del poder central de Jartum, que durante casi medio siglo de guerra mantuvo políticas de marginalización sobre la región sur –hasta 2005 no hubo en todo Sudán del Sur una sola carretera alquitranada-, la ilusión de autosuficiencia se abría camino: la secesión dejó en el nuevo estado el 75% de los campos petroleros que poseía la República de Sudán. Sin embargo, la proclamación de independencia no supuso, de ninguna manera, una resolución definitiva del longevo conflicto con la República de Sudán. De hecho, la secesión dejaría a dos estados fronterizos con la necesidad de entenderse para sacar provecho de su interdependencia económica, pero, lejos de ello, las tensiones se acrecentaron.
Sin duda alguna el petróleo ha sido y es el factor clave en las malogradas relaciones recíprocas. Si bien los principales campos petrolíferos se encuentran en Sudán del Sur, la única manera que tienen los sursudaneses para sacar provecho del mismo es a través de las refinerías instaladas en territorio de la República de Sudán, y a través de oleoductos que conectan las regiones petrolíferas con la capital, Jartum, para después ser transportado hacia la ciudad portuaria de Port Sudan, a orillas del mar Rojo, desde donde se exporta. Por tanto, este hecho deja a Sudán del Sur en una situación de extrema dependencia de su vecino del norte, única vía por la que comercializar y exportar el crudo, teniendo en cuenta que el país más joven es también el más dependiente del petróleo del mundo: sobre un 95% de los ingresos estatales son derivados de los beneficios del crudo.
Lucha fratricida por el poder
Las décadas de lucha por la independencia provocó que las dos tribus mayoritarias de Sudán del Sur, los Dinka y los Nuer, aminoraran su histórica rivalidad para hacer frente al enemigo común: el norte árabe. Con la aparición del nuevo estado, las esperanzas de consolidar un sentimiento nacional unitario prácticamente insólito entre los sursudaneses iban a durar más bien poco. De hecho, las reticencias sobre la viabilidad del proyecto nacional iban a gestarse antes incluso del nacimiento de la joven república.
Salva Kiir |
La torpe administración autoritaria de Kiir, que parecía empeñado en marginar a las otras tribus y fraccionar a una nación en construcción, ha resultado clave para que los enfrentamientos étnicos se incrementaran desde entonces. A pesar de todo, el Presidente mantuvo al líder nuer Riek Machar como
Riek Machar |
Esta guerra no declarada comenzaría en la capital, Juba, pero pronto se instalaría en las regiones norteñas, donde se ubican las tropas nuer leales a Machar, y donde también se localizan las mayores explotaciones petroleras en el país. A la lucha entre facciones armadas se le suman matanzas genocidas de civiles que provocan que el temor y el caos recorran el país, y que la cifra de refugiados y exiliados no pare de crecer. La evolución del conflicto deja un escenario aún más complejo, de modo que afirmar que el conflicto es una lucha de nuers contra
dinkas puede resultar simplista.
El SPLA (Ejército de Liberación Popular de Sudán) |
Desde que el conflicto comenzara a finales de 2013 ya ha habido dos acuerdos de alto al fuego. El primero de ellos, en enero pasado, fue violado por ambas partes unas horas después de su entrada en vigor. El segundo, firmado en Addis Abeba en mayo, recogía la formación futura de un gobierno transitorio de unidad que tuviera representación multiétnica. Sin embargo, este último apenas fue efectivo dos días, ya que al tercero de su entrada en vigor ambas partes volvieron a acusarse de violarlo iniciando combates. Sin un gobierno de transición y sin una comunidad internacional capaz de mediar con éxito entre las partes, el conflicto que arrasa Sudán del Sur no parece que vaya a encontrar una solución definitiva corto plazo.
No cabe duda de que la guerra está siendo especialmente devastadora en las regiones petroleras, y esto no es fruto de la casualidad. Quien se haga con las ciudades ricas en crudo, tendrá bajo control el recurso económico esencial por el que sobrevive el país. Tampoco es casualidad que haya varios países, entre ellos las superpotencias China y Estados Unidos, contemplando con preocupación el devenir del conflicto sursudanés. La mirada extranjera, sin embargo, es interesada. Esperan que se les presente la oportunidad de pescar en río revuelto y poder sacar partido de la principal –por no decir única- ventaja económica que Sudán del Sur podría ofrecer: la explotación del abundante petróleo.
China y estados Unidos: intereses enfrentados
China es el mayor interesado en la vuelta al status quo anterior a la guerra, y de ahí a que haya manifestado su deseo categórico del cese de la violencia. Detrás de este empeño, a nadie se le escapa que es el mayor beneficiado del petróleo de Sudán y Sudán del Sur. China financió tanto las refinerías como los oleoductos para el transporte y comercialización del crudo y, hoy en día, dos tercios de las exportaciones de crudo sursudanesas van a parar al gigante asiático. La vuelta a la paz –si es que algún día la hubo- debería significar que la producción petrolera, disminuida un tercio por la guerra, vuelva a su cauce normal.
Por su parte, Estados Unidos se convirtió en el apoyo internacional más importante que los sursudaneses tuvieron en su lucha por la independencia. Acusado de provocar que el radicalismo islamista se expandiese en su país, el Presidente de la República de Sudán, al-Bashir, se convirtió en un enemigo público para los estadounidenses, lider valedor de China en la region. De este modo, los norteamericanos comenzaron a implicarse de forma más activa en la secesión de la región sur, apoyando la lucha rebelde sursudanesa, financiandola e instruyendo a sus tropas. La apuesta de Estados Unidos era decidida, pero no desinteresada. ¡¡Vaya sorpresa, eh!!. En primer lugar, con un Sudán del Sur independiente se abría la posibilidad de frenar la creciente influencia china en la región, y en segundo, se multiplicaban las opciones de sacar réditos del jugoso mercado petrolero sursudanés. No obstante, el presidente sursudanés, Salva Kiir, mantiene una versión radicalmente opuesta. Éste acusa a los norteamericanos de apoyar a su rival Riek Machar, quien según el Presidente les habría prometido expulsar a las compañías chinas del país para disponer el petróleo en manos de empresas estadounidenses. Hoy en día no hay ni una sola en suelo sursudanés.
Los intereses contrastados de las dos grandes potencias económicas de nuestro tiempo, en un territorio aún por explotar, han levantado suspicacias en la sociedad internacional. Tanto es así que los más aventurados ya hablan de una nueva edición de la Guerra Fría en África, esta vez, entre Estados Unidos y China.
al-Bashir, presidente sudanés |
Desastre humanitario
Como era de esperar, la guerra civil provocó un agravamiento de la ya de por sí agónica situación humanitaria que sufre Sudán del Sur, uno de los países más pobres del mundo en el que más de la mitad de la población sobrevive bajo el umbral de la pobreza –con menos de un dólar al día-. Las cifras son sencillamente estremecedoras. Según varias agencias de la ONU, el conflicto ha forzado a casi medio millón de personas a buscar refugio en países vecinos (Etiopía, Kenia, Sudán y Uganda), mientras que un millón y medio de sursudaneses han tenido que huir de sus casas en busca de un lugar más seguro dentro del país. Más de la mitad de refugiados y desplazados internos son niños.
Conviene recordar que el estado más nuevo del mundo también es uno de los más jóvenes en términos demográficos, ya que de sus once millones de habitantes, la mitad tiene menos de dieciocho años. Tras esta cifra, se esconde otro dato desgarrador: la esperanza de vida no supera los 42. Junto a ello, Sudán del Sur es el país con mayor mortalidad materna e infantil: 75 de cada 1000 niños mueren antes de cumplir un año de vida, número que asciende a los 105 (más de un 10%) en niños menores a cinco años. Entre las causas de mortalidad más comunes, la malaria es la responsable de un cuarto del total de las muertes. Las infraestructuras para hacer frente a este tipo de enfermedades son escasas, como también lo son en cualquier otro campo. Solo un uno por ciento de la población tiene acceso a electricidad y en un país del tamaño de Francia solo hay 363 kilómetros de carretera asfaltada, de modo que en temporadas de lluvia, un 60% de los caminos sursudaneses quedan inaccesibles.
El estado ha dejado de existir en gran parte del país, salvo para las ejecuciones. No existe un ministerio de Sanidad, de Educación o de Industria, pero los grupos armados se mueven con facilidad en un terreno sin infraestructuras básicas.
Con el estallido del conflicto, los alimentos escasearon aún más. Una hambruna amenazaba con cobrarse la vida de cuatro millones de sursudaneses, marginados en situación de extrema inseguridad alimentaria. La ayuda humanitaria internacional logró que el número de afectados se redujese, aunque queda mucho por hacer. Según UNICEF, alrededor de dos millones y medio de sursudaneses (el 21,6% de la poblacion) sufrirá la crisis y niveles de inseguridad alimentaria de emergencia en los proximos meses. En las zonas más afectadas por la guerra, es decir, las regiones petroleras, el desastre humanitario se recrudece. A los combates, las muertes, las enfermedades y la hambruna, se une el abuso sexual a mujeres y el reclutamiento de niños soldados –hasta 11.000- por ambos contendientes.
- Hambre
En Sudán del Sur, sólo funcionan un tercio de los colegios existentes y la mayoría lo hace por impulso de Unicef. En muchos de ellos las clases no se prolongan más de dos horas porque los niños están demasiado débiles para atender durante más tiempo. Además, se le da a cada alumno un vaso de leche para que pueda alimentarse al menos una vez al día. Poblaciones enteras comen hojas de los árboles hervidas, insectos o bayas silvestres para poder sobrevivir.
El hambre no es inocente. En Sudán del Sur es una decisión política. Hay dirigentes que invierten todo su tiempo y su talento en crear un sistema para que toda su población coma. Otros se esfuerzan en lo contrario. Y hay algo que mata más que las balas: es la hambruna inducida como arma de guerra.
Los señores de la guerra saben cómo administrarla con éxito. Cerrando las carreteras al comercio para generar desabastecimiento y atacando los convoyes humanitarios y hospitales, para provocar la evacuación de las ONG. Si la gente huye de la guerra y no planta sus semillas, entonces consiguen lo que quieren, que las etnias rivales se mueran de hambre. En un país sin alfaltar, con grandes áreas aisladas junto al Nilo, sólo los helicópteros del Programa Mundial de Alimentos son capaces de llevar comida.
A un nivel más pequeño, estas prácticas se dan entre las etnias hasta dentro de las bases de la ONU, donde decenas de miles de personas se han refugiado para no ser asesinadas por el enemigo. En el Centro de Protección de Civiles de Malakal, por ejemplo, los jóvenes Shilluk montan guardia durante varios días a las puertas de la zona en la que se alojaban los civiles Nuer. Cada cesto de comida es revisado y requisado ante los ojos incrédulos de los policías militares. "Querían matarnos de hambre", dice Jonathan Bol, uno de los líderes comunitarios del campo. Durante días los Nuer dejaron de probar bocado. Así es como se mata cuando las balas no alcanzan.
El gobierno hace lo mismo con enormes zonas controladas por los rebeldes. En Wau Shilluk, una aldea a orillas del Nilo, los militares tienen orden de disparar a todo el que suba a una embarcación para comerciar o pescar, el sustento de este pueblo. "Esto acabará con nuestra existencia", se queja uno de los pescadores en la orilla opuesta a Malakal.
El panorama recuerda al terrorífico conflicto del vecino Darfur, donde milicias enviadas por el gobierno de Sudán, como los janjaweed, arrasaban aldeas rebeldes con la firme intención de vaciar enormes áreas de terreno y dejar morir de hambre a los que huían, el arma de destrucción masiva más usada en estos conflictos.
En realidad sí que hay comida. "Los alimentos llegan a diario por carretera, desde Kenia, en un convoy de varios camiones", cuenta una fuente de Naciones Unidas. "A su paso por la primera aldea de Sudán del Sur, un señor de la guerra se cobra un tributo y suele vaciar un camión. En la siguiente, otro comandante hace lo mismo. Y así, en varios 'checkpoints' hasta la capital. Cuando la mercancía llega, apenas contiene unas cuantas toneladas". La peligrosidad y la falta de gasolina elevan su coste. Lo que queda sólo pueden pagarlo los hoteles donde residen los extranjeros, donde un sandwich o un simple un plato de arroz alcanza precios de los campos Elíseos de París.
- Violaciones
Desde 2013 este conflicto avanza casi en silencio para el mundo, mientras que en su interior se cometen incontables atrocidades con total impunidad. Se conocen con goteo y sin documentación fiable, debido a su subdesarrollo endémico y la dificultad para acceder a determinadas áreas sitiadas. Pero cuando la información emerge al fin, es criminalmente reveladora. Y tiene un nombre: "Limpieza étnica".
Las mujeres del este del Congo llevan décadas sufriendo la violación como arma de guerra. En el norte de Nigeria Boko Haram usa la violación religiosa como fábrica de nuevos yihadistas. Ahora, Naciones Unidas ha documentado con detalle otra versión de este crimen: la violación como salario en Sudán del Sur. Son más de 1.300 violaciones de mujeres y niñas en el disputado estado de Unity, que chapotea sobre enormes bolsas de petróleo. Los autores de estos crímenes son milicianos enrolados no sólo con los rebeldes, sino con el propio gobierno de Sudán del Sur.
El 11 de marzo la ONU publicó un informe en el que aseguraba que los soldados del Gobierno tenían permiso "para violar mujeres y saquear como parte de su salario". Sobre el terreno, ese 'salario' tiene muchos nombres. Uno de ellos es Martha, una princesa Nuer de 1,80 metros que explica cómo funciona ese pago en especie: "Están en las charcas donde tenemos que ir a lavarnos. O en los lugares donde vamos a por leña. Suelen ir muy borrachos. Buscan a mujeres solas o en pequeños grupos. Por eso procuramos ir juntas. Saben que nuestros hombres no están aquí y nos violan para destruirnos, como botín de guerra. No buscan placer sexual. A veces usan palos".
"Sólo salimos a por leña para cocinar. Dentro de la base no hay. Ellos nos están esperando ahí fuera". Esto lo dice Sunday, una joven madre sursudanesa con dos niños. Cuando pronuncia la palabra "ellos", se refiere a los soldados del gobierno sursudanés. Cuando dice "ahí fuera" se refiere al perímetro de la base militar que la ONU tiene a unos kilómetros de Malakal, el corazón sangrante de Sudán del Sur. A este lugar, lleno de contenedores metálicos llamado hoy Centro de Protección de Civiles, llegaron hace dos años 52.000 personas procedentes de la ciudad, corriendo por la carretera con su miedo como única posesión. Se refugiaron aquí y aquí siguen, hacinados, sobreviviendo en pésimas condiciones y esperando a que se apague ese odio primitivo entre las principales etnias del país. El 77% de ellos han perdido algún familiar en alguna de las batallas por reconquistar la ciudad.
El problema para todas estas madres que viven en este Centro de Protección de Civiles es que ni siquiera dentro de la base están a salvo. El 17 de febrero, entre 100 y 50 soldados uniformados del Gobierno, todos de etnia Dinka, entraron en este recinto militar, a plena luz del día, y abrieron fuego contra los civiles, mujeres, niños y ancianos en su mayoría de etnias minoritarias Nuer y Shilluk. Prendieron fuego al campo y saquearon las escuelas de Unicef y la clínica de International Medical Corps. No dejaron ni los marcos de las puertas. Los cascos azules intervinieron tres horas después. Durante el ataque hirieron de bala a más de 50 personas y mataron a 20, cuatro de ellas bebés. En el único dispensario que quedó en pie nacían al mismo tiempo otros cuatro niños.
Resulta difícil entender como en una base militar pueden colarse, para atacar a civiles, decenas de soldados Dinka armados desde el exterior, pero así sucedió. Para contribuir al desastre, los jóvenes del otro lado, los Nuer, sacaron varias armas ocultas y respondieron desde dentro. ¿Cómo pudieron introducir los kalashnikov dentro de la base? Nadie se lo explica, pero James Deng, uno de los líderes de la comunidad, hace un gesto con la barbilla señalando a varias mujeres con hatillos de leña sobre la cabeza entrando en la base, donde nadie distinguiría un arma.
En la fantasmal ciudad de Malakal, cercana y controlada por las tropas Dinka, toda la población ha sido destruida y saqueada durante las siete veces que ha cambiado de manos. Pero hay dos cosas que no se llevaron nunca: la única cabina de teléfono del pueblo en un país sin línea telefónica (aunque la hubiera no funcionaría) y la mesa del dentista del único hospital de la ciudad.
La guerra civil está provocando un inmenso catálogo de ataques contra una población civil que ya arrastraba un enorme subdesarrollo de comenzar el conflicto. Desde la quema de personas vivas, incluyendo niños, asaltos sexuales en grupo, canibalismo tribal o el uso de contenedores metálicos para asfixiar a los prisioneros y matanzas masivas en los conocidos como campos de la muerte de Sudán del Sur, lugares llenos de cráneos y esqueletos, en mitad de ninguna parte, rodeados de buitres y hienas, a imagen y semejanza de los usados por los Jemeres Rojos.
¿La magnitud? Nadie la sabe. No hay una contabilidad fiable de los muertos. En los primeros meses de 2013, Naciones Unidas habló de 10.000 muertos. Después, el International Crisis Group lo elevó a 50.000. Ahora, este nuevo informe habla de "cientos de miles", aunque sigue sin dar una cifra aproximada. Para hacerse una idea de la catástrofe en un país de 12 millones de habitantes, en Siria han muerto más de 366.000 personas según el Observatorio Sirio de Derechos Huamnos. Pero no hay nadie que cuente a los fallecidos en Sudán del Sur. No es casual: en las zonas en guerra han muerto 30 trabajadores humanitarios, mientras que varias organizaciones han tenido que evacuar sus hospitales por ataques contra los médicos y los pacientes.
Los desplazados de Malakal saben que no recibirán ni el 1% de la atención que han tenido los sirios o los iraquíes. A pesar de ello, aún comen gracias a que el Programa Mundial de Alimentos suministra sorgo a diario. Los niños irán a la escuela porque Unicef está reconstruyendo los colegios quemados. Hasta 15.000 menores han sido reclutados como niños soldado desde el comienzo del conflicto.
- Niños soldado
En Sudán del Sur "hay miles de niños y adolescentes reclutados por los ejércitos. Otros se separaron de sus padres en los combates y vagan solos en busca de su familia". "Los dos bandos han reclutado (niños soldados) en cifras alarmantes", dice el especialista en protección de la infancia Eduardo García Rolland. "De lo que nos ha llegado, hay más reclutamiento de parte de la oposición (de Riek Machar), pero también existe reclutamiento de la parte del Ejército regular", agrega. Los cálculos «grosso modo» indican que son unos 12.000 los niños y niñas que han sido reclutados por ambos bandos para distintas tareas, desde trabajos en los campamentos armados, guardaespaldas de comandantes o para la lucha en el frente.
Durante su trabajo en Sudán del Sur, García Rolland, nacido en la ciudad española de Bilbao, ha llegado a encontrar a un niño de 8 años en un centro de acogida de desmovilización, que había sido reclutado a la edad de 6 años para funciones de apoyo. "Me llamó mucho la atención porque, siendo el más pequeño del grupo, tenía una energía un poco violenta, y a pesar de ser el más pequeño nadie se metía con él", recuerda.
Otro, de 16 años, de la etnia murle, se había unido voluntariamente a una milicia después de que miembros de su familia fueron asesinados, entre ellos "un hermano que él adoraba", y llevaba cerca de cuatro años al servicio de las armas. Primero ayudaba en la cocina, pero poco a poco aprendió a disparar y llegó a ser guardaespaldas de uno de los comandantes de una milicia, Cobra, aliada al Ejército regular. "Me habló de las durezas del frente, del hambre, el calor, los bichos, pero lo peor fue cuando le mataron a su mejor amigo", afirma García Rolland.
Ambos bandos han firmado compromisos para poner fin a este problema, pero aun así sigue el reclutamiento de menores de 18 años, aunque, según la legislación internacional, reclutar a menores de 15 años es un crimen de guerra. Las regulaciones y derechos de los niños soldado no se desarrollaron en los acuerdos de paz hasta 1996, pero a pesar de los avances en las regulaciones y las leyes a partir de dicha fecha, es frustrante reconocer que a día de hoy el combate y reclutamiento de los menores, las atrocidades contra ellos en el escenario de la guerra y la impunidad por las violaciones siguen sin disminuir en gran medida. El derecho internacional establece que un niño es aquella persona menor de 18 años, pero la infancia es una construcción social, es decir, su duración y dimensiones varían de una cultura a otra, y esta flexibilidad es en parte donde radica el poder de aquellos que ponen los menores al servicio de la guerra.
Se conoce que muchos niños soldado no son reclutados a la fuerza, tal y como se nos vende en la prensa como generalidad, sino que eligen un rol en la milicia a cambio de ser liberados de la miseria e incluso del miedo, como medida de protección para ellos y para sus familias o para gozar de prestigio en la comunidad.
La realidad para la mayoría de los niños probablemente se encuentra en algún punto entre el reclutamiento forzado y el voluntario. Los niños huérfanos no tienen necesariamente un mayor riesgo de ser secuestrados por grupos armados, a pesar de que esa sea la percepción general. El reclutamiento forzoso de niños conlleva una serie de abusos, torturas, violaciones, o son forzados a perpetrar atrocidades a otros niños y miembros de su familia como parte de su iniciación.
Un número importante de los niños soldados del mundo son en realidad niñas, tan jóvenes como de 7 u 8 años de edad. En la actualidad, ellas están presentes en las milicias armadas de Colombia, Timor Oriental, Pakistán, Uganda, Filipinas, Sri Lanka y la República Democrática del Congo (RDC), entre otros. En 2005 en la RDC se contaron hasta 12.500 niñas en los grupos armados. En Sri Lanka, el 43% de los 51.000 niños que participan en el conflicto son niñas.
Fuentes bibliográficas
Crónicas de una nación fallida: Sudán del sur, donde la paz es una quimera
Guerra civil sursudanesa
El hambre: arma de destrucción masiva en Sudán del sur
"Nos han violado a todas"
Violar mujeres, el salario de un miliciano de Sudán del Sur
Niños soldado, una visión global
Niños soldado: una triste realidad en Sudán del Sur
Morir por falta de gasolina
Nyamuoch Kuoch hace señas a su hija, afectada de neumonía, en manos de la pediatra Jessica Hazelwood, en la clínica de cuidados intensivos de Maiwut (Sudán del Sur) |
El latido de la pequeña Nyanene, una bebé con neumonía de cinco meses, se apagó no porque lo alcanzara una bala o contrajera una enfermedad incurable o lo asediara el hambre. Murió cuando el generador del hospital se quedó sin gasolina. Su condena fue nacer e intentar sobrevivir en Sudán del Sur, un país que esconde bajo tierra las terceras reservas petrolíferas más grandes de toda África, pero donde la gente se muere por no tener una garrafa de combustible para echarle al depósito.
Dicen que las madres en los países del tercer mundo están acostumbradas a las tragedias y no lloran la muerte de sus hijos. Es mentira. Nyamuoch, de 20 años de edad, llora con lágrimas que se mezclan con las gotas de sudor que le caen por el calor pesado del interior del hospital que Cruz Roja tiene en Maiwut, cerca de la frontera con Etiopía.
Nyanene, en manos de la pediatra Jessica Hazelwood, con el respirador |
Como relata Jason Straziuso, de Cruz Roja, la madre había llegado con esperanzas de que su hija Nyanene saliera adelante. Estaba muy débil por la falta de alimento, que no llega a esta zona por culpa de la guerra, pero no esperaba un desenlace tan sombrío. La pediatra, que ya la había atendido otras veces, la examinó y la conectó al aparato de respiración artificial. Nyanene comenzó a reaccionar, pero entonces un parpadeo de los tubos fluorescentes de la sala indicó que el generador había dejado de funcionar. Nacer aquí o allí marca la diferencia entre la vida o la muerte, una frontera en la que se mueve a diario la pediatra de Cruz Roja Jessica Hazelwood, que reaccionó buscando un respirador manual.
Nyamuoch llora de preocupación por el empeoramiento de su hija |
Gbang, un enfermero local, empujó sus pulgares durante 15 minutos mientras Jessica le decía: "Estás haciendo un trabajo realmente bueno". Jessica miraba de reojo hacia las luces apagadas de la sala, a ver si alguien hacía revivir el maldito generador. Y se fue poniendo nerviosa: "¿Se puede comprobar el ritmo cardíaco? ¿Cuál es la frecuencia cardíaca? ¿Puedes cerrar la puerta, por favor?".
El generador, del que depende el respirador, se detiene por falta de gasolina y la pediatra Jessica Hazelwood pregunta cuándo pueden ponerlo en marcha |
El enfermero Tut Keak y la pediatra Jessica Hazelwood comprueban el ritmo cardiaco de la pequeña Nyanene |
Jessica Hazelwood intenta administrar oxígeno manualmente a Nyanene cuando empiezan sus problemas respiratorios |
El auxiliar Gathuak Bang, la enfermera Birgitte Gundersen y Jessica Hazelwood comunican a Nyamuoch la muerte de Nyanene |
El cuerpo de Nyanene, cubierto con una tela, junto con el certificado de muerte |
En esta zona se produjo una matanza hace tres meses. Hombres armados procedentes de la ciudad etíope de Gambella mataron a más de 200 personas y se llevaron secuestrados a 100 niños. En el hospital aún amputan piernas de heridos y suturan agujeros de bala mal curados por aquella masacre.
La psicoterapeuta del centro, Maysa Alnattah, intenta consolar a Nyamuoch por la pérdida de su hija |
Un familiar lleva en brazos el cuerpo de Nyanene en el exterior de la clínica de Cruz Roja |
Nyamuoch Kuoch y dos parientes llevan el cuerpo de la pequeña Nyanene para enterrarlo en su aldea bajo la lluvia |
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