Esta entrada de blog no es mía. Fue realizada por Kathy Lynn Harris, una "mamá adoptiva, que adora las montañas y que odia la humedad y las serpientes", según su propia descripción. Es una escritora estadounidense, autora de dos de las novelas más vendidas en Amazon: "Azul rezagado", que se mantuvo en el top 10 de la ficción cómica durante 12 meses, y "Un buen tipo por conocer", que ganó los máximos honores literarios en 2013 de manos de la Federación Nacional Americana de Mujeres de Prensa.
Ha escrito, más recientemente, un libro para niños, "Higgenbloom y las abuelas de baile", que es uno de los favoritos en las escuelas para la iniciación literaria de los críos tanto por las peripecias de una abuela rockin como por las escenas de una abeja de la miel inconformista.
Perro de Kathy |
Llegué a ella a través de un post en el Face de una amiga, madre adoptiva también. y que goza del criterio suficiente para pararme a leer aquello que publica, comenta o recomienda.
Marina Velasco |
Confirma los sentimientos y experiencias de una madre adoptiva cualquiera, y da esperanza e inspiración a aquellas madres que estén recorriendo o vayan a emprender el camino de la adopción. Porque se van a sentir identificadas, Como si lo hubieran escrito ellas mismas. El poder de las palabras y el poder de una experiencia única puede provocar muchas emociones. La alegría, la inquietud, la anticipación, la emoción, la inseguridad, el orgullo, el coraje, el tesón, el inconformismo, la paciencia, la ilusión, el alivio, la duda, ....EL AMOR.
Pero paso al post, que me temo que me pueda enrollar. Y (casi nunca, pero esta vez sí que) no procedería. Porque nadie mejor que una madre puede vivir ciertos sentimientos. Describirlos desde la faceta que lo viven las madres adoptivas y así de bien, máxime cuando se conoce a la familia biológica del hijo, Kathy y pocas más.
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Kathy Lynn Harris |
Querida mamá de un niño adoptado, ....
Te conocí en una clase de educación para la adopción. Me encontré contigo en la agencia. Te vi en la clase de mi hijo. Te vi en internet. Fui a verte a propósito. Pero también te vi por casualidad.
No importa. La cosa es te reconocí a la primera. Reconozco la tenacidad obstinada. El coraje. La lucha. Porque todo lo que tenías era una decisión y nada de lo que tenías era fácil. Eres el tipo de mujer que hace que las cosas pasen. Al fin y al cabo, conseguiste que esto ocurriese, lograste la familia que tienes.
Quizá rezaste por ello. Quizá tuviste que convencer a tu pareja de que era lo adecuado. Quizá lo hiciste sola. Quizá la gente te dijo que te conformases con lo que tenías. Quizá alguien te dijo que tu destino era no tener al hijo que ahora acaricias. Quizá alguien te advirtió de lo que le pasó al amigo del vecino de su primo. Quizá los ignoraste.
Quizá llevabas años planeándolo. Quizá tuviste una oportunidad. Quizá gastaste los ahorros de tu vida. Quizá no era tu primera opción. O quizá sí.
Sea como fuere, te reconozco. Y veo cómo te aferras a ello. A veces con demasiada fuerza. Porque eso es lo que se suele hacer, ¿no?.
Sé todos los libros que te leíste. Los que todo el mundo lee sobre los patrones del sueño y sobre los beneficios de la tela frente a los materiales desechables... Pero muchos más. Los que tratan sobre los trastornos del apego, sobre los bancos de leche, sobre los bebés que nacen con adicción al alcohol, a la cocaína, a la metadona. Libros sobre retraso cognitivo, sobre deficiencias en el lenguaje. Sobre instituciones de apoyo y asesoramiento, sobre impuestos y seguros, sobre los pros y los contras de la adopción abierta, sobre derechos y leyes...
Sé lo que es la identificación por huellas dactilares, lo que son los primeros tests, los informes de crédito, las entrevistas, las referencias. Conozco las (muchas) clases que hay. Conozco la frustración que produce un papeleo burocrático sin fin. Las horas de echar cuentas y de organizar todo tipo de campañas y ventas para conseguir dinero.
Sé que nunca perdiste de vista lo que querías.
Sé lo que sentiste cuando recibiste esa llamada: ese subidón interno que te llevó hasta lo más alto. Y luego el bajón de pensar que, bueno, estas cosas también fracasan.
Quizá se lo contaste a tu madre y a un par de amigos íntimos. Quizá se lo gritaste al mundo. Quizá te diste el capricho de decorar la habitación del bebé, de comprar una sillita para el coche. Quizá te compraste una mantita suave, sólo una, y te la llevaste a la mejilla cada noche.
Sé las visitas que hicieron a tu casa. Sé que se te agrietaron los nudillos de limpiar cada milímetro de superficie la noche de antes. Sé que se te quemó el pastel de café y que justo antes de que el trabajador social llamara al timbre, tú te estabas retocando el rímel.
Sé que hubo visitas de seguimiento, cuando tú llevabas tres semanas sin dormir porque el bebé tenía cólico. Sé que querías demostrar a toda costa que tenías todo bajo control, aunque hubieras vuelto a trabajar y a echar horas de más... Quizá sin baja por maternidad, sin la familia, sin los platos ni las flores ni los globos de bienvenida.
Te he visto en muchos países, en tierras lejanas, en hoteles sucios, gastando tus vacaciones laborales, luchando por entender qué te están prometiendo y qué no. Luchando por dar tu amor a ese pequeño que está desorientado y tiene miedo. Esperar, desear, saludar, amar, volar, acoger, volver a casa.
Te he visto esperando en la puerta del hospital cuando nació el bebé, tratando de dilucidar cuál era tu lugar en esa escena. Te he visto la cara cuando oíste que una enfermera susurraba a la madre biológica que no tenía por qué seguir adelante con ello. He visto cómo dabas a la madre biológica todo tu respeto y paciencia y compasión en esos momentos... mientras te mordías el labio y cerrabas los ojos, sin saber si cambiaría de opinión, si todo había sido un sueño que llegaba a un abrupto final en un ambiente estéril. Sin saber si ese era tu momento. Sin saber casi nada.
Te he visto mirar al bebé a los ojos, preguntándote si es realmente tuyo, preguntándote si puedes tranquilizarte lo suficiente como para dejarte llevar.
Y entonces, coges al bebé en tus brazos, en casa, esa primera noche. Con sus deditos entrelazados en los tuyos. Con su corazón latiendo contra el tuyo.
Conozco esa sensación. Esa perfecta y esperanzadora felicidad.
También conozco el día de la adopción. Los nervios esa mañana, el juez, las formalidades, el alivio, la alegría. El soltar un suspiro que quizá ni siquiera sabías que llevabas aguantando durante meses. Meses.
He visto que conociste a los padres y a los abuelos biológicos semanas o años después. Te he visto compartir a tu hijo con desconocidos que tienen su misma nariz, su misma sonrisa... Gente que lo quiere porque es uno de ellos. He visto que lo coges por las noches después de esas visitas, cuando está un poco revuelto y confundido y sólo quiere coger un peluche y apoyar su cabeza en tu hombro.
He visto tu preocupación cuando a tu hijo le mandan en el colegio que haga un árbol genealógico. O cuando le piden que lleve fotos de su papá para comparar los rasgos que ha heredado. Sé que te preocupas porque puedes proteger a tu hijo de muchas cosas... pero no puedes protegerlo de ser diferente en un mundo tan propenso a celebrar la homogeneidad.
Te he visto en la consulta del médico, rellenando el historial médico y dejando huecos en blanco, signos de interrogación, esperando que esos espacios no se conviertan después en un problema mayor.
Te he visto responder a las preguntas complejas, a las preguntas que tienen que ver con el por qué, y con el cuánto, dónde, quién, ¿cómo, Mamá? ¿Cómo?
He visto que te preguntabas cómo reaccionarías la primera vez que escuchases el temido: "Tú no eres mi mamá de verdad". Y te he visto sonreír con dulzura ante esa cuestión, manteniendo la calma y el cariño, hasta que te encierras en el baño y amortiguas el llanto con el sonido de la ducha.
Te he visto avergonzarte un poco cuando alguien le dice a tu hijo lo afortunado que es por tenerte. Porque sabes con todo tu ser que es al revés.
Pero, ante todo, quiero que sepas que he visto cómo miras a tu hijo a los ojos. Y aunque nunca veas en ellos un reflejo de los tuyos, ves algo igual de potente: un reflejo de tu amor absoluto e imparable por esa persona que creció entre tus lágrimas y risas, y cuya pérdida sería la pérdida de ti misma.
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