El adulterio no tiene ideología; (algunos de) los infieles, sí. Es por eso que prefiero llamar adulterio al adulterio y no infidelidad, aunque la palabrita conlleve una carga moral innecesaria para este post. Y lo prefiero también para no confundir con un concepto muchísimo más amplio, porque se puede ser infiel en varias direcciones.
Pues eso, que como el adulterio no tiene ideología, éste puede ser comunista como la antigua URSS (una óptima idea llevada a cabo con el culo, y que termina alienando a todos sus acólitos), puede ser nazi como el Tercer Reich (una idea pestilente y perversa y totalitaria que no cesa de empeorar y lo destruye todo a su paso), puede ser el "café para todos" de Franklin D. Roosevelt (un paquete de medidas que lucen insuficientes pero luego parece que molan y todos tan contentos), puede ser como la intervención norteamericana en Vietnam (un mal plan que luego resulta infinitamente peor de lo que habías imaginado, poniendo todo en contra, y haciendo que pierdas de forma estrepitosa) o puede ser un "happy flower" (una majarada irrealizable e idílica que queda muy mona sobre el papel, sí, pero mejor no poner en práctica jamás por no encontrar muchas personas con las que llevarlas a cabo de forma satisfactoria). Un adulterio es algo tan complejo que me ha permitido realizar esta ristra de cinco metáforas y, probablemente, se puedan formar más. Puede salir pésimo y que sólo sea un dolor, como ya cantó Rafaela Carrá en su hit inmortal (♪♪♪ Y se encuentra una mujer -qué dolor, qué dolor- dentro de un armario -qué dolor, qué dolor- y el caradura le dice que de deje que explique que sintió mucho frío y que ha llamado al doctor y que después de mirarle le extendió su receta y le dejó a la enfermera que le dé calor ♪♪♪); o puede salir a pedir de boca, y que todo el mundo sea feliz, los pajaritos canten y las nubes se levanten. En cualquier caso, ¿quién coño soy yo para decir nada?, ¿para enjuiciar a nadie?.
Un adulterio puede ser sórdido, falaz, romántico, dañino, suicida, insensato, recomendable, saludable, torturador, cínico, pragmático, patético, práctico o punitivo. O una pura chiquillada de ESO (aunque uno tenga ya salomónica edad). O una bendita tabla de salvación en mitad del cataclismo nupcial. O un intenso looping creativo dificil fuera de él. Cada una de esas cosas y, muy probablemente, todas ellas a la vez a poco que perdure en el tiempo.
Tengo mi opinión al respecto, claro, y mis propias experiencias. Pero insisto, ¿quien coño soy yo para erigirme en juez de conductas ajenas?. Yo, que no puedo (ni quiero ni necesito) arrojar la primera piedra. No daré mi opinión, porque entraña en gran medida una desnudez moral que considero innecesaria a la par de poco interesante, y porque hace años que no me meto en charcos si no tengo seguro que hago pie y que voy provisto de toalla. Pero sobre todo porque, para opinar de conductas ajenas, hay que disponer de suficientes datos y tener la (tan rara que me parece imposible) posibilidad de ponerse en la piel del otro, cosa que, según en qué circunstancias, resulta cuando menos difícil. Pero decía antes, ¿quien coño soy yo para erigirme en juez de conductas ajenas? y conviene que nos detengamos un poco en esto. Para empezar, porque no soy el más experto de los adúlteros. Mis puntuales incursiones en este campo se remontan a cuando era barbilampiño y, por lo tanto, (debería decir que) curioso tambien. Ya no soy barbilampiño y mi grado de curiosidad ha mermado considerablemente en los últimos años (lustros, casi). Para seguir, porque para ser infiel es necesario tener "victimas" propiciatorias, es decir, contar con una pareja estable y posibilidades de gozar maritalmente con una o más señoras distintas de la habitual. Hace tiempo que (queriendo o sin querer, y eso a estas alturas del campeonato poco importa) me he convertido en un devoto single acomodaticio, de los que piensan que "cada cual en su casa y Dios en la de todos". Que me perdonen los creyentes por usar el nombre de Dios en vano, pero es que el dicho es así, y se suele entender a la primera. Y para terminar y no aburrir demasiado, porque mucho me temo que en esta cuestión, como en tantas otras, no me encuentro alineado junto a la mayoría, ni siento parecido, ni extraigo las mismas conclusiones.
Lo que sí me atrevo a decir, aunque sólo sea por no defraudar a los que habitualmente me leen, es que mis encasas incursiones en este campo (a mí siempre me parecieron escasas. Porque, ..... ¿a partir de cuál numero de veces se puede considerar cifra normal o muchas?. Reconozco que no lo sé) se zanjaron casi siempre con auto-flagelación, sensación de que la tierra se estaba moviendo bajo mis pies y ridículo propio (nunca ajeno porque nunca "me pillaron"). Más que amor era frenesí, sensación de que estaba realizando un máster acelerado en un aspecto de la vida que todos, más tarde o más temprano, aprendemos a nuestra manera pero más tranquilamente y por su orden. Sensación de andar circulando todo el rato por el carril rápido de la autopista de forma irresponsable y arriesgándome a que me pillara la autoridad competente y/o que me hiciera daño. La emoción fundamental que me despertaba el acto generoso de dar amor a diestro y siniestro, si no recuerdo mal (y por desgracia, no suelo recordar con detalles cuestiones alejadas en el tiempo), solía mezclar desequilibrio moral, alucinación pasajera, riesgo, confusión, eventualidad y euforia. Una sensación particular que terminé bautizando mientras duró como "Yahoraqueismo" (ejemplo de uso práctico: “No, Marícuchi, no puedo acompañarte a dar una vueltecita por esta desierta playa nudista porque me planteo lo del ahoraquiesmo y no sé muy bien si debiera, sobre todo, porque dejamos atrás, tumbados en la arena y muy cerca, a tu pareja y a la mia”). Aunque no suelo tener memoria, si recuerdo algo, sea lo que sea, lo recuerdo siempre gratamente, por puro egoísmo que considero poco puñetero socialmente, y por aquello de procurarme un buen sabor de boca.
Dejadme deciros otra cosa. Si practiqué tales actividades en el pasado (siiiii, en el pasado que ahora no estoy para muchos pleitos y, sobre todo, repito, no tengo pareja a la que fastidiar ni consciente ni inconscientemente) es por lo mismo que lo hacen (supongo) otros fans varones del concubinato, por razones indiscutiblemente frívolas (mojar el churro, pegarse una gran ducha de ego, puro ausentismo marital, inmadurez flagrante, poder contarlo, demencia adolescente ...), u otras que se sostienen en motivos existenciales y sentimentales de mayor (mucho mayor) calado.
Y otra cosita más y no menos importante: probablemente, bastantes de los que leáis estas lineas, si las estadísticas no mienten, y la verdad es que lo hacen frecuentemente, estaréis encuadrados en el tramo de la población que, alguna vez, habréis "echado una canita al aire". Así, que no escandalizaros, ni os rasguéis las vestiduras.
Según un estudio realizado por el instituto IPSOS en España, tomando una muestra de 824 participantes de entre 18 y 65 años, un 35% de hombres y un 26% de mujeres reconocen haber sido infieles a su pareja (aquí, usaré el termino infidelidad y no adulterio, para ser fiel -jijijiji- al estudio). ¿Eso qué significa?, ......¿qué los hombres son más infieles que las mujeres? No, puede que sólo sean más sinceros o más "fantasmas", ¿qué las mujeres infieles lo son con mayor numero de hombres que viceversa? No, habrá hombres y mujeres que sean infieles con personas de su mismo sexo, lo cual desvirtuaría esa aseveración, ¿que tenemos aproximadamente un 30% de posibilidades de ser cornudos? Pues tampoco, y la verdad, mejor, no pensar en ello.
Para ilustrar lo que sigue en este post, utilizaré algunos datos que arroja este reciente estudio:
- si bien la inmensa mayoría de la población (83%) cree que es posible serle fiel a la misma persona toda la vida, contradictoriamente, un 65% considera que es factible estar enamorado de dos personas al mismo tiempo, siendo este porcentaje superior en cinco puntos en el caso de los varones.
- en esta misma línea, la mitad de la población admite haber flirteado con otra persona, y una tercera parte reconoce haber besado en la boca a alguien que no era su pareja. En el terreno de la fantasía, seis de cada diez encuestados de sexo masculino declara haberse masturbado pensando en alguien conocido de su círculo, frente a tres de cada diez mujeres que reconocen haberlo hecho.
- un 41% de los hombres infieles aseguran haber tenido cuatro o, incluso, un número mayor de amantes, frente al 28% de las mujeres adúlteras que se han expresado en el mismo sentido. La mitad de las aventuras extramatrimoniales son de una sola noche.
- según el estudio, es a partir del quinto año de relación, cuando la pareja suele entrar en la rutina, que se producen más infidelidades.
-(1) la mayoría (el 52%) cree que podría ser perdonado por su pareja en caso de que se enterara del engaño, aunque para un 47% de los encuestados las circunstancias en las que se ha producido la aventura extraconyugal serían un factor determinante para la reconciliación. Del mismo modo, un 62% de los varones perdonarían una infidelidad si se terciara, frente al 51% de las mujeres que se muestran dispuestas a continuar con su relación de pareja a pesar de haber sido víctimas de un adulterio.
-(2) un 54% de los hombres encuestados y un 41% de las mujeres consideran que enviarse mensajes picantes, ya sea a través de whatsapp, correos electrónicos o chat, no constituye un acto de infidelidad. De hecho, un 38% confiesa haberlo hecho en alguna ocasión.
- un tercio de los encuestados serían infieles para vivir una experiencia diferente (un 43% de los hombres, frente a un 24% de mujeres); un 18% para vengarse de la infidelidad de su pareja, un 17% para convencerse de que su cónyuge ya no es lo que necesita, y otros (12%) para volver a encender la llama de su vida matrimonial. No obstante, para más de la mitad simplemente basta sentir amor o deseo hacia otra persona para cometer una infidelidad
-(3) el 42% de mujeres y un 29% de hombres ser infiel les ayuda a ganar confianza en sí mismos, mientras que un tercio de los encuestados sostiene que tener una aventura extraconyugal puede salvar su relación de pareja.
-(4) la mayoría de los encuestados considera que es posible estar enamorado de dos personas a la vez. “Puedes buscar cosas diferentes en ambas”, ratifica la experta. A una, prosigue, la puedes amar porque “es con quien has decidido tener hijos”; a la otra, porque en ella encuentras sexo, pasión y aventura; “dos aspectos diferentes de la estimación”.
Pero me gustaría desarrollar un poco más algunos de los puntos anteriores:
(1) El motivo por el cual son más tolerantes los varones que las féminas ante una aventura extramatrimonial es que “para muchos hombres una infidelidad puntual no es tanto una infidelidad”, ya que para ellos pesa más “la parte sexual”; sin embargo, lo más importante para ellas es “el apego emocional” que pueda tener su pareja con una amante.
(2) Por este motivo, a las mujeres les molesta especialmente descubrir que su marido mantiene conversaciones amorosas o subidas de tono con otra mujer a través de correos electrónicos o SMS. Los expertos consultados señalan que con las nuevas tecnologías tenemos más posibilidades de ser infieles, pero también es más fácil que nos pillen in fraganti. Por ejemplo, un caso verídico: una mujer que descubre que su esposo le es infiel porque su amante lo ha etiquetado en una fotografía que ha colgado en Facebook.
Carmen Sánchez |
(3) “A veces, la infidelidad ayuda a descubrir que lo que tiene en casa es mejor que lo que ha encontrado”, comenta la autora del estudio, Carmen Sánchez. "En estos casos, es peligroso confesarle el engaño a la pareja puesto que hay riesgo de perderla".
(4) En este sentido es preciso diferenciar entre infidelidad y polioamor. Este último concepto hace referencia a las parejas en que las dos partes son conocedoras que el otro cónyuge puede estar amorosamente o sexualmente con otras personas. Hay que diferenciar también el adulterio ocasional del hecho de llevar una doble vida, es decir, mantener una relación con un amante durante mucho tiempo, algo que es “más complicado” y que muchas veces la otra parte de la pareja “acaba descubriendo” porque es difícil no dejar pistas. en cualquier caso, el infiel a menudo “no se da cuenta” de que lleva a cabo ciertas conductas que pueden resultar sospechosas, como mejorar notablemente su aspecto físico o estar más pendiente del teléfono que de costumbre. “Tenerlo todo controlado es muy difícil: un whatsapp que llega en un momento inoportuno, esconder un regalo, fotos, vas dejando huellas”, añade la psicóloga, y sentencia: “Tener una doble vida supone también un estrés extra”. Otro ejemplo (en este, caso conocido por mi): un marido que pasa a ser investigado por su mujer porque, sorprendentemente, empieza a ser más limpio (se ducha más, se cambia más a menudo de ropa interior, se embadurna más frecuentemente en colonia, etc). No me resisto a una sentencia (es que les conozco a ambos): él era, sencillamente, gilipollas, y ella ganó tras el descubrimiento porque ahora es felicísima con una bellísima persona. Moraleja: (algunas veces) no hay mal que por bien no venga.
Kiko Amat |
Pero vuelvo al motivo de este post y el hecho que lo ha originado. Y este no es otro que, hace unos días, al leer un articulo en internet de un tal Kiko Amat, éste me llamó la atención, no sólo por la forma en la que aborda el tema, sino por la constatación de que no existen dos personas que vivan de la misma manera eso de la promiscuidad en pareja. En el articulo, su autor, que él mismo se autocalifica como "Novelista de proximidad, periodista cultural sin carrera, anglófilo militante y apasionado fan del pop", decía que se había propuesto estudiar esto del adulterio pero recabando datos de primera mano, es decir, preguntando y entrevistando a los adúlteros directamente. Decía, y cito textualmente, "Merece la pena hablar de eso. Y asimismo, acá llega el primer obstáculo: ¿Con quién hablas de este asunto? Cachis en la mar, uno de los pilares del adulterio es precisamente el secreto. La aventura. El no se lo digas a nadie. Así, un día de diciembre del 2014 empiezo a preguntarme quién accedería a conversar conmigo sobre tan espinoso tema. Déjenme que clarifique algo desde el principio: ninguno de mis amigachos, ni uno sólo, nadie en mi círculo externo de amistades está tan chiflado como para airear en público sus tropiezos adúlteros, especialmente si algunos de ellos continúan vigentes o los delitos no han prescrito. Es en ese momento, al recibir las primeras negativas airadas de mis conocidos —todos arrojándose del barco de mis peticiones como despreciables ratas noruegas— cuando se me ocurre un plan. Sí, un plan; no pongan esa cara. De vez en cuando se me ocurre alguno".
Sigo citándolo (es que él, lógicamente, explicará mejor que yo qué hizo). "Lo llamé plan, pero no quisiera generar demasiadas expectativas. No soy un sociólogo de la escuela de Birmingham, y hasta hace poco creía que Hegel era un tipo de panecillo judío. Sólo soy un humilde escritor de cercanías con el embarazoso sentido del humor de un payaso borracho (recién divorciado) en plena fiesta infantil, así que recurriré a algo que nunca me ha fallado: hablar con gente en bares, y tratar muy fuertemente de comprender lo que me dicen. Conchabado con mi editor publicamos una convocatoria para invitar a todos los adúlteros que desearan desembuchar y contarnos su vivencia en primera persona. Contrariamente a lo esperado, bastantes lectores escribieron, y sólo un 95% de ellos eran trolls empijamados que me mandaban un email repleto de faltas de ortografía. Lo primero que hice, cuando ya me puse a ello, fue seleccionar a los voluntarios geográficamente. Eran unos 40 mails o así, en conjunto, pero lamentándolo mucho opté por no incluir en el estudio a los que vivían fuera de Barcelona, por una simple razón: mis entrevistas se realizarían cara a cara. Quería conocer a mis víctimas —¡voluntarios!, quise decir voluntarios— y mirarles a los ojos, como un hipnotizador enloquecido, cuando me contasen su vida.
Cada mañana durante dos o tres semanas abandoné mi casa y me planté en el bar Oller a conversar con adúlteros. Eso es exactamente lo que le decía a mi mujer cada mañana: hoy tengo cita con una adúltera, mi Sujeto #9. Han leído bien: les puse a cada uno de ellos (ellas) nombres de estudio serio (Sujeto #1, Sujeto #2...). Patético, tienen toda la razón, pero ¿y el gusto que me daba?. Y entonces: sorpresa. Lo que sucedía en aquel bar cada mañana me llenaba de humildad, amor y simpatía (que no compasión). Realmente me invadía la empatía y el cariño interhumano, y la inseparable conciencia de que todos somos lo mismo. Nuestro padecer y nuestro regocijo son los mismitos, de veras. La ineludible sensación de comprender TODO lo que me decían se parecía mucho a aquella vez de tripi en 1992 en que interioricé la vida íntima de los tréboles (luego lo olvidé, como suele pasar, y en su lugar sólo quedó la más atroz cefalea), pero en serio. Todos los testimonios me impresionaron: por su orgullo, por su presencia, por su valor, por cómo verbalizaban su circunstancia.
Otra sorpresa: la culpa (como verán en las entregas) brilló cegadoramente por su ausencia. Nadie, ni uno solo de los entrevistados, manifestó el menor remordimiento por lo que les había acontecido (o estaba aconteciendo) en cama y entrepierna ajena. En un par o tres de casos muy particulares lo que me confiesan era tan bello y emocionante que me entraban ganas de jalearles a gritos en mitad del bar; celebrar su ímpetu, su fuerza, su resolución. Sentí gratitud y deferencia porque decidiesen contarme sus vidas a mí, de entre todos los piltrafas y patanes y bergantes que pueblan este buen mundo.
Son 10, mis adúlteros. 9 mujeres y un hombre, con edades comprendidas entre los 20 y los 41 años. Con ellos viviré durante un par de semanas historias de venganza, de inevitabilidad y de abatimiento, de logística laberíntica e increíble ingenio infiel. También de plenitud y maravilla, no crean. “Yo tengo un novio y un marido”, me confesó, sonriendo uno de los sujetos. “Es estupendo. Es el mejor de los mundos. Lo pasas mal a ratos, pero la cuenta final es positiva. Sale a cuenta. Si un día me arrepiento o me pillan, entonces me vuelves a entrevistar (risas)”.
El resultado de este estudio verídico, realizado con gente real, lo expongo a continuación.
TESTIMONIOS PERSONALES
Decir que sus testimonios son transcritos en forma de relato y que, casi todos ellos (9 de 10) provienen de mujeres, con lo que eso conlleva de transgresor, aun hoy, y lo que ello puede "ayudar" a entender el mundo actual a algún troglodita machoman contemporáneo (que se joda) o a alguna anacrónica machowoman envidiosa (que se joda más todavía). El objetivo, no lo olvidemos, era analizar y comprender las complejas aristas que envuelven este proceso. Lo que sigue es el testimonio del .......
Sujeto #1, mujer de 35 años.
“Cuando no vives con tu amante, el flirteo de instituto es eterno”
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